sábado, 4 de febrero de 2012

Modernos Eremitas...






Poblamos las grandes ciudades y también se nos puede encontrar en algunos pueblos aislados, o bien en alguna casa de campo, en medio del bosque.

Solemos quejarnos de que no encontramos el amor, pero en realidad no queremos encontrarlo, tememos la falta de privacidad, el compromiso al que no estamos seguros que podamos responder, tememos sufrir, dejarnos llevar en un mundo de sensaciones que, posteriormente no podremos controlar, nos da miedo el fracaso, ya no tenemos edad para ciertos golpes y la experiencia ha sido una buena escuela. Para algunos ha sido desastrosa, para otros no tanto, pero ahora ya da pereza empezar de nuevo.




Algún día nos apetece un baño de multitudes, pero siempre sabiendo que tenemos nuestra cueva solitaria esperándonos para refugiarnos en ella. Nos encanta Internet porque es una forma sana de aislarse sin levantar sospechas. Los que hemos conocido la felicidad completa, creemos que ya será imposible volver a vivir esos momentos.

La vida está hecha de momentos en los que suceden las cosas que deben suceder. Es inútil adelantarnos a los acontecimientos. Estos se producen cuando deben hacerlo, ni antes, ni después. Después se viven otras historias, otros hechos, todos distintos… y ahora ya no aspiramos a buscar esa felicidad completa que una vez vivimos, nos conformamos con pequeñas felicidades y con nuestra soledad buscada y conseguida a base de esfuerzo, una soledad amada.

Nunca sabremos lo que puede deparar el futuro, qué otros momentos nos pueden llegar, buenos o malos, pero ponemos nuestro empeño en no romper nuestra rutina y alejarnos de las nefastas tentaciones que pueden convulsionar nuestra tranquilidad.

Somos los modernos eremitas, una especie que se adapta a los tiempos frenéticos y que debe protegerse de los palos que da la vida. Amar en tiempos revueltos conlleva asistir con frecuencia al psicólogo, la inestabilidad de la duda, la inseguridad y el desasosiego.

Pero con todo ello, si rascamos muy en el fondo de nuestra consciencia, más allá de nuestro miedo, encontraremos el perenne deseo de pronunciar las palabras… Te quiero

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